lunes, 18 de enero de 2010

Relaciones sexoafectivas: Presente, pasado y futuro... una historia por construir


Unas nuevas relaciones sexoafectivas, libres de los mitos del amor romántico y de las constricciones patriarcales heterosexuales y coitocentristas, no se construirán de la noche a la mañana.

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0. Presentación

El presente texto es una muestra de las impresiones originadas en el último taller realizado con las compañeras de Cau de llunes (Assemblea Feminista Revolucionària de Tarragona), una asamblea compuesta exclusivamente por mujeres militantes o colaboradoras.

La dinámica consistía en pedir a las participantes que pensasen una situación en un contexto sexoafectivo (lo que coloquialmente se entiende por relación erótica o amorosa, ya sea esporádica o continua), en la que se hubiesen sentido mal. Debían pensar en un acto o situación que se hubiese cometido contra ellas, y también debían referirse a una situación en la que ellas mismas hubiesen cometido un acto que no querían volver a repetir. Debían escribirlo en papelitos diferentes, y estos se depositaban, doblados, en el centro del grupo. Una vez mezclados, se repartían entre todo el grupo, de modo que cada una tenía dos de ellos. Estos eran leídos a continuación, y la privacidad era respetada, ya que todos los papeles eran idénticos. Estas fueron algunas de las situaciones escritas:

-No me gusta que en las relaciones esporádicas las personas sintamos la necesidad de ‘secuestrar’ nuestros sentimientos.

-No me gusta que se hagan los chulos conmigo.

-No me gusta que lo más importante para la otra persona sea el sexo y que no lo reconozca cuando se lo pregunto.

-De las relaciones en pareja, no me gusta que siempre sea yo la comprensiva y la que al mismo tiempo pide y reclama atención y comprensión por parte del otro.

-No me gusta que no me respeten en la cama.

-Que se tomen decisiones que me afectan, sin consultarme.

-Me apoyé tanto en mi pareja, que llegué a anularme como persona. No podía solucionar mis problemas sin su ayuda.

-Me he enamorado antes de otra persona que de mí.

-Le he dado falsas ilusiones a una persona para olvidar a otra.

-No me gusta haberme visto obligada a fingir un orgasmo.

-No me gusta tener que hacer cosas que no me agradan sólo porque el otro dice que le gustan mucho.

-No me gusta tener una dependencia excesiva hacia la otra persona.

-No me gusta haber utilizado a una persona para salir y pasarlo bien, sabiendo que yo le gustaba y ella a mí no, y habiéndoselo ocultado.

-No me gusta exigir más de lo que yo misma estoy dispuesta a dar.

-No quiero volver a confiar ciegamente y olvidar una cosa que me ha hecho daño, por miedo a perder una relación.

Esta dinámica, con su derivado debate, cada vez que se leía una experiencia, permitió:

§Identificar situaciones que se dan en un contexto sexoafectivo, que nos resultan nocivas, pero que por su cotidianidad toleramos o incluso pueden llegar a pasar inadvertidas.

§Identificar actitudes y actuaciones que nos resultan dañinas y que sufrimos en las relaciones sexoafectivas, por parte de otra persona, así como aquellas que ejercemos nosotras mismas y que pueden resultar dañinas para otr@s, o incluso para nosotras mismas. Es decir, diferenciar aquellas situaciones en las que tenemos un papel de ‘víctimas’ de aquellas que nosotras mismas somos responsables.

§Determinar las relaciones existentes entre estas situaciones y la estructura patriarcal de la sociedad, los roles de género, el amor romántico, los mitos sobre sexualidad, y la hipersexualidad capitalista.

§Analizar nuevas formas de relacionarnos o estrategias para evitar estas situaciones nocivas para nosotras o para l@s demás.

§Favorecer la comunicación así como el autoanálisis sexoemocional.


1. La importancia de las relaciones sexoafectivas en la lucha feminista.


El mundo de las relaciones sexoafectivas es una de las facetas de nuestras vidas en la que más se manifiesta la estructura patriarcal de la sociedad y sus consecuencias nocivas sobre nuestra salud física, mental y emocional. La peor parte, por supuesto, nos la llevamos las mujeres.

Es necesario hablar de relaciones sexoafectivas porque si sólo hiciésemos referencia a relaciones de pareja, estaríamos excluyendo otras formas de relación; y porque es importante vincular la sexualidad y la afectividad, ya que muchas veces las personas nos relacionamos pensando que lo hacemos movidas por unos intereses (generalmente, sexuales), cuando en realidad la necesidad afectiva es tan grande o mayor que la sexual, dada nuestra condición de seres sociales perdidos en un mundo individualista, competitivo, frustrante. Así pues, estamos hablando de una parte sumamente importante de nuestras vidas, ya que todas[1] (con mayor o menor éxito) miramos de cubrir esta necesidad.

Al mismo tiempo, se trata de una faceta que se considera como privada y que es fácilmente ocultable. En muchas ocasiones, además, el modo de afrontarla entra en contradicción con aquello que proyectamos en nuestra vida pública. En las relaciones sexoafectivas, por lo tanto, las actitudes sexistas y los roles de género se explayan, e incluso las militantes más concienciadas lo experimentamos. Es innegable que es infinitamente más fácil para la militancia, reivindicar la igualdad de mujeres y hombres en el plano social y económico, así como la socialización de las labores de cuidado, el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, etc. que reconocer abiertamente que en nuestras relaciones sexoafectivas somos dependientes, controladoras, celosas, posesivas, falsas, manipuladoras, objetos sexuales, que nos traicionamos a nosotras mismas, que nos atemoriza la soledad... Y es que reconocer esto, y muchas otras cosas igual de bajas, a parte de la ‘vergüenza’ que conlleva, implica una ardua tarea de autonálisis y de trabajo personal, que a demás deriva en la renuncia a un estatus privilegiado en la vida de quien nos acompaña.

Por lo tanto, trabajar con detenimiento las relaciones sexoafectivas, significa luchar contra los roles de género y contra una forma de control social y económico, como se verá más adelante. Esta cuestión es sumamente importante para la lucha feminista, ya que nos permite combatir los estereotipos de género, los cuales condicionan nuestra manera de actuar, pensar y sentir.


2. La realidad actual de las relaciones sexoafectivas.

Es incuestionable que se han dado cambios en el modelo dominante de relación sexoafectiva. Ya va quedando atrás aquella idea del matrimonio para toda la vida, y en los hogares en los que las mujeres combinan trabajo productivo y reproductivo[2], empieza a darse un reparto de las tareas domésticas. A pesar de que éste es desigual y, mayoritariamente, la postura masculina es de el que ayuda, ya que la responsabilidad fundamental continua recayendo sobre las mujeres. Con relación a las opciones sexuales, la lucha de los colectivos de liberación GLBT ha roto con algunos tabúes y mitos homófobos, y se ha llegado a avanzar de tal manera que en algunos estados se ha llegado al punto de permitir los matrimonios entre personas del mismo sexo (sin entrar a valorar las implicaciones retrógradas de estas iniciativas). De todos modos, también hay que remarcar que el lesbianismo sigue encontrándose con mayores trabas que las relaciones homosexuales masculinas, y sigue permaneciendo oculto o bien al servicio del patriarcado, en forma de fantasías eróticas masculinas.

Por otra parte, la posibilidad del divorcio junto al acceso al mundo laboral remunerado, posibilita que el camino hacia la autonomía de las mujeres, reiniciado en el estado español durante la década de los 70 (tras el retroceso aberrante que supuso la dictadura fascista franquista), continúe adelante.

No obstante, la idea fundamental, la esencia de las relaciones sexoafectivas, sigue siendo la misma: roles de género, amor romántico, aislamiento, unidad económica de producción/reproducción y consumo. Y, concretamente en el erotismo, seguimos encontrando un modo imperante de comprenderlo: seguimos consagrándonos al heterocentrismo y al coitocentrismo.

Las personas seguimos emparejándonos, e incluso casándonos, y es cierto que la mayoría de parejas ya no asumen la idea de aguantar el matrimonio o la pareja por miedo al qué dirán, y que siempre que hay posibilidades se rompe la relación (existe un gran número de parejas que no pueden romper su relación por limitaciones económicas), pero nos encontramos en un momento en el que las parejas se encadenan. Hoy en día, la vida en pareja se continúa contemplando como el modelo para toda la vida, pero vemos que se ha introducido la modalidad de sustitución de los agentes protagonistas. Así que ya no se ve la necesidad de tener que aguantar, y poca gente continua apostando pragmáticamente por el amor para toda la vida (en el ideario continua vigente), pero se encadenan las relaciones de pareja, entendiéndolas como la única forma de materialización de la sexoafectividad.


2.1. La activación de los roles de género

Con este modelo imperante, lo que encontramos son hombres y mujeres que reproducen unos roles que armonizan a la perfección con este tipo de relaciones. Es como la representación de una obra teatral en la que los vestuarios, escenarios e incluso el lenguaje son modificados/actualizados, pero el argumento y los personajes continúan siendo los originales. Las personas continuamos decidiendo vivir en pareja pensando que nuestros sentimientos nos conducen a ello (ya veremos las causas reales), e iniciamos los pasos hacia la unidad familiar monogámica y nuclear. Mientras no hay descendencia, la constricción no es tan fuerte, pero aún así las contradicciones que se intuían sin el espacio compartido adquieren mayor peso y se hacen sólidas: la dependencia hacia la otra, el aislamiento, el control de la vida de la otra, la posesividad y los celos… las dos personas se anexionan y se pierde la individualidad, la privacidad. Los roles inculcados en el subconsciente se activan, fruto de nosotras mismas y también del comportamiento y de las expectativas y deseos de la otra.

Para las mujeres, en relación a su camino hacia el empoderamiento y la autonomía, esta activación resulta fatal: adquirimos el rol de cuidadoras, nos convertimos en una fuente de afecto inacabable, personificamos la comprensión, la cura, el aprecio, la atención y la responsabilidad, la alegría y la vitalidad, la ternura y la belleza. Todo ello, como resultado de la socialización de género a la que hemos sido expuestas, por parte de diferentes y sutiles medios, desde que nuestros progenitores eran conscientes de nuestro sexo.

Por parte de los hombres, obviamente, los roles también se materializan y, fundamentalmente, como parte negativa (siempre desde mi modesto conocimiento), sufren las consecuencias de no haber trabajado en absoluto sus propios sentimientos, y por lo tanto, sufren una clase de amputación emocional. La comunicación en este sentido les resulta difícil y muchas veces les lleva a la depresión, a la frustración o a la ira. Pero éstos, al contrario que las mujeres, se llevan la mejor parte de las relaciones: las atenciones incondicionales del género femenino, que les proporciona una seguridad y confianza de gran utilidad para la esfera pública.

Se produce una espiral enfermiza: las mujeres entregan atenciones y energía emocional, como si esto estuviese inscrito en su código genético (de tan interiorizado que lo tenemos), y esperan, inconscientemente, recibir lo mismo de forma recíproca. Pero no es así, porque no existe la misma socialización, y los hombres han sido educados identificando el mundo emocional como una debilidad que hace falta evitar. A medida que las mujeres entregan aprecio sin recibir nada a cambio, el sujeto que recibe las atenciones adquiere mayor poder a los propios ojos y a los ojos de la otra. La mutua dependencia crece, pero además el estatus es diferente: la fuente de atenciones es el sujeto subordinado, y quien recibe estas atenciones se transforma en el dominante. A medida que crece la autoestima y confianza del sujeto dominante, disminuye la confianza y autoestima del subordinado. Se trata de un círculo vicioso que es difícil combatir una vez puesto en marcha. Muchas veces se rompe con el inicio de una nueva relación, que únicamente servirá para empezar de cero, pero que probablemente será el nuevo escenario de la espiral, y los sujetos desarrollarán los mismos roles.

Cuando además de la pareja entra en acción la prole, el rol de las mujeres se acaba de activar con todo su potencial. La buena madre es un papel bien diseñado del cual es difícil huir. Cuando un niño está desatendido, las miradas apuntan a los progenitores, pero especialmente centran la atención en la madre. La maternidad, en las condiciones estructurales actuales, supone la muerte de las posibilidades de emancipación y de la actividad individual de una mujer. Pareja y prole exigen de la madre cuidados y atenciones permanentes. Su vida no es suya; no comprende qué es vivir para sí, y dedica todas sus energías a quienes la rodean. Ella es la encargada de regenerar los estados anímicos de su familia, desquebrajados en la esfera pública; pero nadie se encarga de regenerar los suyos.

Para las mujeres, en general, el dolor y la frustración que deriva de los espacios privados, acaba en enfermedades nerviosas (muchas de ellas, irónicamente, no son tomadas en serio), en depresiones y en el consumo de psicofármacos. Para las mujeres militantes, además, deriva en una disminución de su actividad política y de su potencial revolucionario.


2.2. Los mitos del amor romántico

Además de experimentar esta activación de roles descrita, que no hace nada más que polarizar los caracteres y la personalidad de los individuos, en función del género que les ha sido inculcado; las relaciones sexoafectivas, con el formato convencional de pareja monogámica, también conllevan la puesta en escena de todo el ideario romántico que hemos absorbido desde nuestra más tierna infancia. Estamos haciendo referencia a mitos como el de la media naranja, el amor eterno, la omnipotencia del amor, el libre albedrío del amor… por poner unos pocos ejemplos.

Como bien explicaba Carlos Frabetti en su artículo Contra el amor[3], el amor, hoy en día, no es nada más que una gran farsa en la cual los dos protagonistas tratan de huir de la soledad y la frustración, haciéndose creer mutuamente que son omnipresentes y lo más especial y preciado en la vida del otro, lo cual les lleva continuamente a contradicciones con la cruda realidad.

Todo el mundo sabe qué es el amor romántico, pero somos pocas las personas que nos atrevemos a reconocer que tenemos esta idea más presente de la que querríamos. El afán por controlar qué hace y qué deja de hacer la otra, para vivir de cerca todas las experiencias de la persona amada, para ser presente en todo momento en la cabeza de ésta… En resumen: el control, la posesividad y los celos no son nada más que el reflejo de este ideario romántico. Éste puede manifestarse con menor o mayor intensidad, pero cuánto más se aproxima el tipo de relación al modelo convencional, más fácil es que se adopten estos vicios.


3. El origen del modelo actual.

La concepción del amor ha evolucionado a lo largo de la historia, en base a los intereses de la estructura económica dominante, como explicaba Kolontai[4]. Cuando la organización social humana se distribuía en clanes, el amor que más se valoraba era precisamente el que compartían las integrantes de cada clan, y así promover la defensa de éste. A lo largo del periodo de conquistas romanas, el amor exaltado era el que se daba entre los compañeros de guerra, particularmente entre los altos cargos militares, lo cual favorecía el espíritu de camaradería y, por lo tanto, se favorecían las conquistas. Durante la edad media, se promovió el amor cortés; en base a éste, el héroe debía mostrar sus virtudes bélicas a su amada (un amor imposible, puesto que la dama estaba por encima de su estatus social); de nuevo, este formato de amor convenía a los intereses feudales ya se promovían las gestas heroicas a favor de los señores feudales.

Por último, con la revolución industrial, la burguesía impone el modelo amoroso que más conviene a la reproducción de su estructura económica; aparece el amor romántico enmarcado en la moral cristiana y burguesa, y se materializa en la familia nuclear. Esta institución será la nueva unidad de producción y consumo, y los roles de género quedarán más polarizados con la agudización de la división sexual del trabajo, puesto que en las ciudades el espacio público y el privado quedan todavía más diferenciados. El padre es el encargado de traer un salario a casa, es el sustentador, es quien desarrolla un papel que obtiene un reconocimiento público y social (es el que antes ya se ha mencionado como trabajo productivo); la madre se encargará de convertir el hogar en el espacio privado en el cual los miembros encontrarán aprecio y calidez, para poder descansar y huir de la agresividad del mundo industrializado (es decir, realiza la tarea reproductiva). El trabajo de la madre, no obstante, será invisibilizado e ignorado, carecerá de reconocimiento social y todo ello la mantendrá en deuda con su protector, el padre, el cabeza de familia. La familia nuclear burguesa era una institución que tenía por objetivo proporcionar la estabilidad adecuada para desarrollar las empresas que más rentabilidad pudieran ofrecer.

El hombre burgués encontraba en su mujer (que era su proletaria particular) y en las de sus asalariados, la forma de reproducir la fuerza de trabajo de manera gratuita, así que este modelo era realmente factible para el hombre burgués, pero fue extendido al resto de clases sociales, imponiéndolo como modelo único de agrupación social sexoafectiva. El ideario del amor romántico fue la herramienta para consolidarlo, y el patriarcado y el capitalismo avanzaron (y avanzan) juntos con esta fórmula de reproducción perpetua de ambos sistemas.

Este modelo fue implantado con tanta fuerza, que sobrevivió perfectamente cuando el sistema capitalista encontró en las mujeres de los obreros la mano de obra, todavía más barata, que favorecía mucho más su crecimiento económico. La incorporación de las mujeres obreras al mundo laboral supuso, sin el menor asomo de duda, un logro para los capitalistas. En ellas, los capitalistas encontraban una fuerza de trabajo más dócil y abnegada que no dudaba en hacer cuántas horas hicieran falta para dejar de oír los llantos de sus niños. Así pues, pese a que éstas empezaron a introducirse en la esfera del trabajo productivo, en ningún caso abandonaron sus responsabilidades reproductivas.

Hoy en día, el modelo de familia nuclear se está debilitando en su forma tradicional, como lamentaban algunos grupos reaccionarios que estas navidades inundaron las calles de la capital del estado español, pero la esencia permanece viva, y simplemente busca nuevas formas para materializarse: por ejemplo, a partir de la fórmula de los matrimonios consecutivos. Y es así por la sencilla razón que la estructura que la ampara sigue vigente. La familia impide que los cuidados y el conjunto de tareas reproductivas sean socializadas, puesto que las mantiene invisbilizadas en la esfera privada, disfrazadas de devoción femenina hacia los seres queridos. La familia, por lo tanto, representa un enorme ahorro para el sistema. Así, éste está dispuesto a hacer concesiones del orden patriarcal, como por ejemplo en el en lo referente a la homosexualidad, pero siempre tratando de amoldarlo a sus intereses. Tenemos como ejemplo la aceptación del matrimonio homosexual, por parte de los gobiernos autodenominados progresistas.


4. La construcción de las alternativas.

Visto el origen del modelo sexoafectivo convencional, que desmiente el mito del libre albedrío del amor y el mito de la pareja como fórmula única y universal, y recuperando el segundo punto de este texto, ¿por qué continuamos perpetuando un modelo sexoafectivo que no defiende nuestros intereses personales, sociales y económicos (incluyendo la defensa medioambiental como una cuestión transversal en nuestros intereses)? La violencia de género, a la orden del día, lamentablemente, al fin y al cabo, no es otra cosa que el reflejo de las actitudes y valores patriarcales activados en el escenario de la familia nuclear. Y es necesario tener en cuenta que las agresiones físicas sólo son la punta del iceberg; en la mayoría de relaciones sexoafectivas se produce violencia, y también por parte de las mujeres, tal y como bien afirma Maria Jesús Izquierdo en varios trabajos[5].

Desde hace tiempo, por parte de algunos sectores de los movimientos sociales, más bien hippies (por poner una etiqueta), se clama en favor de lo que se denomina poliamor, entendiéndolo como la fórmula contrapuesta a la moral cristiana-burguesa que la militancia debería practicar. Por otra parte, hay militantes que defienden la necesidad de respetar la fórmula sexoafectiva que cada persona considere que más le conviene, en función de sus posibilidades inmediatas de asimilación de fórmulas diferentes. En mi opinión, tanto una posición como la otra son incompletas para huir de la familia nuclear, de sus vicios y de sus consecuencias nefastas, especialmente para las mujeres, como se ha argumentado a lo largo del texto.

En relación con la segunda posición, es cierto que no nos podemos engañar a nosotras mismas y asumir pactos que nos hieren, pero es una postura muy cómoda y poco revolucionaria quedarse en un punto fijo, sin trabajar sobre una misma para superar estas constricciones patriarcales. Del mismo modo que trabajamos sobre nuestro rol de género para deconstruirlo, y resulta una tarea espinosa y difícil, hace falta trabajar nuestra manera de relacionarnos con las demás.

Por otra parte, en cuanto a la defensa del poliamor, pienso que no se puede analizar el modelo sexoafectivo dominante al margen del contexto socioeconómico en el cual se desarrolla; considero que la defensa de esta postura se hace desde un punto de vista idealista. La sociedad capitalista aísla a las personas, nos secuestra a partir de horas y horas de trabajo que aniquilan la creatividad y la vitalidad, y que nos agotan física y o/psíquicamente. Las personas somos reducidas a autómatas que nos regeneramos a partir del consumo de bienes materiales (mayoritariamente inútiles) o de un ocio alienando e impersonal. Los canales de socialización cada vez son menos frecuentes, y sólo se dan en forma de macroencuentros en los cuales el individuo es un agente pasivo: fútbol, conciertos, botellones, etc. El miedo a la soledad es un hecho real y totalmente comprensible. Somos seres sociales y como tales necesitamos desarrollar nuestra existencia en contacto directo con compañeras que, además de apoyo, nos proporcionen afecto. Pero la única salida que permite el orden actual es la vida en pareja.

Así pues, no se puede defender un modelo sexoafectivo que difiera completamente de la moral cristiana-burguesa, pretendiendo que la asumamos como alternativa, si éste no va acompañado de unos cambios materiales que posibiliten la praxis de la nueva fórmula. Es decir, a la vez que es necesario iniciar procesos para eliminar nuestro absurdo ideario de amor romántico, es imprescondible que identificamos qué condiciones materiales posibilitarían llevar a la práctica modelos de relaciones sexoafectivas no dependientes ni exclusivas, que a la vez potenciaran un número mayor y más profundo de vínculos de camaradería.

Es en este punto dónde, como en otros muchos frentes de la lucha feminista, la lucha antipatriarcal y la socialista se dan la mano. No hay fórmulas mágicas, sino procesos organizados de transformación social. Las personas jóvenes no tenemos un fácil acceso a la vivienda (aunque hoy en día tampoco lo tienen las mayores…), y las ayudas de las diferentes administraciones son insuficientes y poco eficientes. Esta es una cuestión fundamental en todo el engranaje; es uno de los principales motivos (que, generalmente, no se expresan como tal) que empujan a la vida en pareja. Vivir hasta los treinta años con los padres, o en un piso de estudiantes (cuando ya hace años que se ha dejado de serlo), llegado un punto, se hace insoportable. Hace falta trabajar un mínimo de ocho horas para asumir un alquiler para una persona, e incluso así, no está asegurado llegar a final de mes, puesto que para una mileurista, pagar un apartamento en una ciudad pequeña, más luz, agua, manutención diversa, transporte... al final resulta un trabajo de malabaristas. Para mayor dramatismo, la juventud y las mujeres tenemos muchas más dificultades para conseguir contratos que nos permitan asumir estos gastos. La combinación con unos estudios que, supuestamente, nos asegurarán un futuro (lo cual es totalmente falso), los contratos basura temporales o de jornada parcial, la diferencia salarial sexual, etc.

Todo ello dificulta enormemente la emancipación de las personas (autónoma, no en pareja), ya sea por primera vez o a lo largo de la vida adulta. En este sentido, son muchos los casos de mujeres y hombres que se ven obligados a continuar conviviendo unidos por razones económicas, una vez ya no queda ni un reducto de la amistad que les empujó a compartir su espacio vital. Particularmente, esta situación es más lamentable cuando nos encontramos delante de un cuadro de violencia de género, en el que una mujer no tiene el menor rastro de posibilidades para subsistir de manera autónoma fuera del matrimonio, y se siente condenada a soportar eternamente su infierno familiar.

Los requisitos para un nuevo marco de relaciones sexoafectivas, a grandes trechos, son sencillos: vivienda para todo el mundo (con fórmulas de espacios compartidos en favor de la sostenibilidad medioambiental), servicios sociales de calidad garantizados… Se trata también de exigir la socialización real de las tareas reproductivas, lo cual significa apuntar a uno de los orígenes fundamentales del patriarcado: la división sexual del trabajo. Por último, el reparto del trabajo productivo y reproductivo, y una nueva organización de los tiempos y de los trabajos[6], también son consignas que debemos seguir.

Unas nuevas relaciones sexoafectivas, libres de los mitos del amor romántico y de las constricciones patriarcales heterosexuales y coitocentristas, no se construirán de la noche a la mañana; del mismo modo que no nos podemos deshacer, hombres y mujeres, de todo el poso cultural patriarcal de la noche a la mañana. Hace falta, pues, que a la vez que luchamos en las esferas públicas, también lo hagamos a nivel personal, porque lo personal es político. La clave está en vincular ambas esferas visualizando que los cambios materiales posibilitan los culturales, a la vez que los cambios en la subjetividad promueven la transformación de las estructuras socioeconómicas, mediante la lucha activa y organizada. De modo que: aquello que es positivo para la lucha en una esfera, lo es también para la otra, y todas las personas que pretendemos superar la opresión patriarcal, capitalista y nacional debemos asumir que estos tres frentes de lucha deben ser absolutamente inseparables.



[1] A lo largo de todo el texto se hablará en femenino, haciendo referencia a “personas” o “persona”, siempre y cuando no sea posible utilizar el genérico neutro. Cuando se haga referencia a hombres o mujeres exclusivamente, será explicitado. El objetivo es romper con el lenguaje sexista, ya que el lenguaje es una vía fundamental de transmisión de la ideología dominante, en este caso, hacemos referencia a la ideología patriarcal.

[2] El trabajo productivo es aquel históricamente vinculado a los hombres; es el trabajo que se realiza en la esfera pública, que está remunerado. El trabajo reproductivo, por otra parte, ha estado históricamente vinculado a las mujeres, es el que se conoce popularmente como tareas domésticas, que no está remunerado. Este trabajo se ha mostrado como una materialización de la esencia femenina, lo que ha permitido que fuese invisibilizado, ocultándolo dentro del hogar, y que acabase convirtiéndose en un trabajo totalmente gratuito. En realidad, si se contabilizase, el volumen de trabajo que esta tarea representa, supondría más del 50% del PIB de un país occidental. Más adelante se aborda de un modo más extenso las causas y consecuencias de esta diferenciación.

[3] http://www.lahaine.org/index.php?p=33109

[4] Marxismo y revolución sexual. Alexandra Kolontai

[5]Ver, por ejemplo: Estructura y acción en la violencia de género.

http://docs.google.com/viewer?a=v&q=cache:owDJC2jYglwJ:www.moviments.net/espaimarx/docs/aa486f25175cbdc3854151288a645c19.pdf+maria+jes%C3%BAs+izquierdo+violencia+sexo+y+genero&hl=es&gl=es&sig=AHIEtbQ0DjKeSK8azYQ_12rg7tnoXamJzA

[6] Ver el documento Crisis i dones: per una nova organització dels temps i dels treballs, editado por Endavant (OSAN) http://www.endavant.org/index.php?option=com_content&task=view&;id=696&Itemid=1


* Militante de Cau de Llunes-AFRT y Endavant-OSAN

Publicado en Kaos en la Red el 18 de enero de 2010.